EL ESTRES NO TIENE CURA



Bueno, es una afirmación tan radical como "no se puede erradicar la pena", pues al igual que ésta, el estrés es una reacción tan natural como las emociones más comunes.  Claro, el estrés cumple una función importante en nuestras vidas. El estrés es una vivencia especial.  Nosotros la sentimos como "especial", y la distinguimos claramente de un estado "ideal" o "mejor".  Por ello, podemos entender que es una señal. 

Es, por una parte, una señal interna frente al desbalance.  Este desbalance puede ser debido a factores internos y externos.  Por ejemplo, cuando hay una peérdida importante de nutrientes, o una intoxicación inminente, estamos frente a factores internos.  Entonces comenzamos a sentir ese estado "especial" de que algo no anda bien.  De pronto sentimos "urgencia" o inquietud.  Normalmente, nuestro organismo opera en forma intuitiva, y procura la búsqueda de soluciones a tal desbalance, haciéndonos sumamente atractivas ciertas metas vinculadas  por ejemplo a la ingesta de estos nutrientes carenciados, o, nos invita buscar resguardo o a disminuir nuestra actividad motora para que el cuerpo pueda centrarse en el proceso de detoxicación necesario.

El estrés como señal de relación con el exterior, suele ser la intuición de desbalance entre desafíos y los recursos disponibles para enfrentarlos.  La señal de urgencia nos indica que debemos redoblar nuestra alerta y nuestro nivel de actividad pues se sospecha que el entorno hace exigencias por sobre lo acostumbrado.  Como vemos, el estrés es parte de la ecología de nuestro organismo.

Bueno, siempre nos ha acompañado, y tal vez a veces la comprensión de qué está sucediendo se ha complicado al igual que la vida contemporánea.  Claro, hace algunos miles de años, nuestro desafío era "mamut", lo que significaba que debiamos prepararnos para la cacería o para arrancar a un lugar más seguro, y en ese ritual probablemente portábamos una serie de tradiciones que claramente nos ayudaban a hacernos cargo de la señal de emergencia mediante actividades concretas. Sin embargo, esta predectibilidad era igualmente relativa.  Podíamos perder la vida en una mala maniobra, asi que el estado de alerta era igualmente necesario.

Este estado de alerta, sumado a una serie de procesos fisiológicos y neuroquímicos bien conocidos, es cualidad de las catecolaminas, sustancias secretadas por las glándulas suprarrenales, un conjunto de celulas que se aglomeran en un pequeño órgano que descansa sobre nuestros riñones.  Frente a la espectativa de "mamut", nuestro sistema nervioso y glandular se confabula para que finalmente se liberen al torrente sanguíneo una serie de sustancias que proveen al organismo de la capacidad de reaccionar con rapidez, de estar hiperalerta frente al riesgo o la vulnerabilidad, y además, hacen que nuestras emociones giren en torno al color de la emergencia.  Nuestra piel se vuelve más sensible y nuestros músculos se activan, incluso se tensan.  El ritmo interno se acelera, y la sangre circula más rapidamente por nuestros tejidos, en particular en los sugeridos para una pronta reacción.  Nuestro aparataje sensorial se afina y se dispone a las señales mínimas.  Sentimos la urgencia de comprende, y de resolver para salir airosos de este estado y volver a la tranqulidad después.

Bueno, en la contemporaneidad ya no hay mamuts.  Hay crisis económica, ambiental, matrimonial, o laboral.  Hay jefaturas prepotentes, historias infantiles traumáticas, ritmos cotidianos acelerados, exceso de información, confusión, incertidumbre, competitividad, delincuecia, desconfianza o amenaza de desempleo.  Sin embargo, muchas veces los factores estresantes -los estímulos ambientales que disparan nuestras reacciones internas-  son fenómenos mucho mas complejos, y muchas veces, operan como verdaderos fantasmas.

Muchas personas hacen del ritmo de vida acelerado, de la sobreexigencia, y de las creencias catastróficas verdaderos estilos de vida.   Tan normalizado está, que muchas personas han pedido la noción de desbalance de la relación que existe entre los desafios del entorno y los recursos disponibles. muchas personas permanecen estresadas y realmente no saben cómo sucede.  Aunque pueden describir qué o quién es quien específicamente les estresa, pierden la noción de que algunas cosas que damos trágicamente por hechos ineludibles, muchas veces son producto de las opciones que hemos tomado, para bien o para mal, dentro del marco de creencias dentro de los que hemos sido enseñados.  Aceptamos y normalizmnos el desbalance, porque "asi es la cosa", y entonces dudamos de la señal interna y la categorizamos como un signo que revela más bien que nosotros estamos fallando frente a la dificultad.  La señal interna se vuelve un obstáculo frente a las metas que hemos asumido como idénticas a nosotros porque evidencian nuestra vulnerabilidad y nuestra flaqueza frente a los desafíos.  Entonces, nos consideramos enfermos.

A pesar del gran auge de modelos alternativos de como enfocar nuestra salud y de como volver a mirar la cultura en que nos insertamos, seguimos pensando que el estrés es una enfermedad, un mal funcionamiento de nuestro ser frente a la dificultad, y bajo esa premisa, las personas buscan al médico o el remedio que propiciará la cura.  La medicina común nos dirá que sufrimos un "trastorno adaptativo".  Y nos recomendarán ansiolíticos y relajantes musculares para amortiguar los síntomas de tensión. 

Pero el estrés no tiene cura.  Asi como hay personas que tienen fobia de llorar, o rehuyen el conflicto, o se sedan frente al dolor, o drogan su cuerpo para evitar el displacer, hay quienes aspiran a la cura del estrés, lo que fundamenta toda clase de ofertas de consumo para tal efecto.

Bueno, el estrés no se cura.  Tendremos que vivirlo cada vez que experimentemos el desbalance, pero, ¿que tan malo puede ser?.  La propuesta actual no está en juzgarlo, sino en describirlo, porque hay cosas interesantes en el cómo sucede la vivencia del estrés.  Sabes, no todos lo experimentamos igual.  Hay sendas particularidades en las zonas del cuerpo que se activan, en los factores predisponentes de cada uno, en las fantasias asociadas a la emergencia, y en todo aquello que rehuimos e ignoramos.  Este océano de particularidades pone a la vivencia del estrés en un lugar especial, pues podría ayudarnos a conocernos a nosotros mismos.

Por ejemplo, "tensión" es una metáfora muy interesante.  La tensión se produce, en rigor, cuando algo sostenido por los extremos es tironeado desde éstos, en direcciones opuestas, en sentidos contrarios, pero cada uno demandando para si al objeto sometido en la disputa.  Bueno, asi como se tensan nuestras situaciones, se tensan nuestros músculos.  Sin embargo, otras personas lo viven como "presión" (en el pecho, en el abdomen, sobre los hombros, etc.).  Para muchas personas surge un buen desahogo cuando les pregunto "si tus hombros hablaran, ¿que dirian respecto de esta palabra, presión?". Normalmente estas metáforas son palabras sorprendentemente significativas.  Estan llenas de sentido.  Son terreno de lo conocido. 

Por eso, varias disciplinas en la actualidad han alzado la voz para asegurar que el cuerpo tiene su propia inteligencia, mediante la cual sondea, analiza y toma decisiones.  ¡Si, toma decisiones!.  En nuestra cultura, estas decisiones las llamamos síntomas,  y lamentablemente las asociamos con enfermedad, con desperfecto o impedimento. ¡Pero estamos asegurando que son decisiones inteligentes!.  El cuerpo habla cuando algo no está bien, y grita cuando nadie escucha. El cuerpo puede decidir derribarte si insistes en doblegarlo.  No digas que no te avisaron...para eso fueron muchas de las reacciones sensibles disparadas por nuestras catecolaminas, entre otras, y que nosotros despreciamos como síntomas de enfermedad.

Bueno, el estres no tiene cura...viene y se va, y vuelve.  Mientras esto sucede, podemos conocernos a nosotros mismos, mientras a la par, podemos compensar sus efectos mas desagradables, y ambas cosas, ya darán mucho que aprender.